Desde el día en que se declararon su amor, Marius iba todas las noches al jardín de la calle Plumet. El amor entre ambos crecía día a día; se miraban, se tomaban las manos, se abrazaban. Marius sentía una barrera, la pureza de Cosette; Cosette sentía un apoyo, la lealtad de Marius. No se preguntaban adónde los conducía su amor Es una extraña pretensión del hombre querer que el amor conduzca a alguna parte. El cielo no había estado nunca tan estrellado y tan hermoso como esa noche del 3 de junio de 1832, nunca Marius había estado tan conmovido, tan feliz, tan extasiado. Pero había encontrado triste a Cosette. Cosette había llorado; tenía los ojos rojos. Era la primera nube en tan admirable sueño. Las primeras palabras de Marius fueron: —¿Qué tienes? Ella respondió: —Esta mañana mi padre ha dicho que tenga prontas todas mis cosas, y esté dispuesta para partir; que prepare mi ropa para guardarla en una maleta, que se verá obligado a hacer un viaje; que teníamos que partir, que necesitábamos una male-ta grande para mí y una pequeña para él y que lo preparase todo en una semana, porque iríamos tal vez a Inglaterra. —¡Pero eso es monstruoso! —exclamó Marius. Y luego preguntó, con voz débil: —¿Cuándo debes partir? —No me ha dicho cuándo. —¿Y cuándo volverás? —No me ha dicho cuándo. Marius se levantó y dijo fríamente: —Cosette, ¿iréis? 373

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