quedaré con la muchacha, y si chista... E hizo relucir a la luz del farol la navaja que tenía abierta en la manga. Thenardier no decía una palabra, pero parecía dispuesto a todo. —¿Y tú qué dices, Brujon? —preguntó al fin. Brujon permaneció un instante silencioso y luego murmuró: —Esta mañana vi dos gorriones dándose pico-tazos; esta noche me enfrenta una mujer rabiosa. Todo esto es mal presagio. ¡Vámonos! Y se fueron. Al marcharse, Montparnasse murmuró: —Si hubieran querido, yo le habría dado el golpe de gracia. Babet respondió: —Yo no aporreo a una dama. Al final de la calle se detuvieron y entablaron, en voz sorda, este diálogo enigmático: —¿Dónde vamos a dormir esta noche? —Bajo París. —¿Tienes la llave de la reja, Thenardier? —¡Qué pregunta! Eponina, que no separaba de ellos la vista, les vio tomar el camino por donde habían venido. Después se levantó y se arrastró detrás de ellos arrimada a las paredes de las casas. Los siguió hasta el boulevard. Allí se separaron, y se perdie-ron en la oscuridad como si se fundieran en ella. VI. Marius desciende a la realidad Mientras que aquella perra con figura humana montaba guardia en la verja y los seis bandidos retrocedían ante ella, Marius estaba con Cosette. 372

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