—Sí, sí —repuso Brujon—, habría que ir a ver. Gavroche estaba sentado en el suelo, esperan-do tal vez que su padre lo mirara, pero al cabo de un rato se levantó y dijo: —¿No necesitan nada más de mí? Me voy. Y se marchó. Babet llevó a Thenardier aparte. —¿Viste a ese harapiento? —le preguntó. —¿Cuál? —El que subió y lo llevó la cuerda. —No me fijé mucho. —No estoy seguro, pero creo que es tu hijo. —¡Vaya! —dijo Thenardier—. ¿Tú crees? IV. Principio de sombra Jean Valjean no sospechaba nada del romance del jardín. Cosette, un poco menos soñadora que Marius, estaba alegre, y eso bastaba a Jean Valjean para ser feliz. Como se retiraba siempre a la diez de la no-che, Marius no iba al jardín hasta después de esa hora, cuando oía desde la calle que Cosette abría la puerta—ventana de la escalinata. Durante el día Marius no aparecía jamás por allí y Jean Valjean no se acordaba ya que existía tal personaje. Sólo una vez, una mañana, le dijo a Cosette: —¡Tienes la espalda blanca de yeso! La noche anterior, Marius, en un arrebato de pasión, había abrazado a Cosette junto a la pared. En aquel alegre mes de mayo, Marius y Cosette descubrieron dichas inmensas, como reñir y lla-marse de vos, sólo para llamarse después de tú con más placer; hablar horas; callarse horas. Para Marius, oír a Cosette 365

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=