fuer-te aguacero que caía. Con la ayuda de la cuerda de Brujon, que ataron a un barrote de la chime-nea, saltaron al patio de los baños, abrieron la puerta de la casa del portero y se hallaron en la calle. Instantes después se les unían Babet y Mont-parnasse que rondaban a la espera. Al tirar de la cuerda, ésta se rompió y quedó un pedazo col-gando de la chimenea. Thenardier vio pasar por el tejado las sombras de sus amigos y, como estaba prevenido, com-prendió de qué se trataba. Hacia la una de la madrugada, con una barra de hierro aturdió al guardián, abrió un boquete en el techo y salió al tejado. Eran ya las tres cuando logró llegar, de tejado en tejado, al caballete del techo de una pequeña barraca abandonada. Allí se quedó aguardando, helado, agotado, temeroso. Se preguntaba si sus cómplices habrían tenido éxito en su empresa y si vendrían en su auxilio. Al dar los relojes las cuatro de la mañana, estalló en la cárcel ese rumor despavorido y con-fuso que sigue al descubrimiento de una evasión. Thenardier se estremeció. Se hallaba en la cima de una pared altísima, tendido bajo la lluvia, sin poder moverse, víctima del vértigo de una caída posible y del horror de una captura segura. En medio de su angustia, divisó de pronto en la calle las siluetas de cuatro hombres que se deslizaban a lo largo de las paredes, con infinitas precauciones. Se detuvieron debajo del tejado don-de colgaba Thenardier. Por el característico argot que hablaba cada uno reconoció a Babet, a Brujon y a Gueulemer; y a Montparnasse, por su correcto francés. Decían que seguramente el viejo tabernero no había 1o-grado escapar, o que tal vez lo hizo y lo volvieron a capturar; que tendría para veinte años; que era mejor alejarse de allí. —No se deja a los amigos en el peligro —pro-testó Montparnasse. Thenardier no se atrevía a gritar para llamarlos. En su desesperación, se acordó del trozo de la cuerda de Brujon que sacara del barrote en el Edificio Nuevo, y que aún guardaba en su bolsillo. La arrojó con fuerza a los pies de los hombres. —¡Mi cuerda! —exclamó Brujon. 363

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