Esta segunda explicación deshizo el efecto de la primera, y el niño volvió a temblar, de modo que por cuarta vez empezó el diálogo. —¡Señor! —¡Qué! —¿A quién se comieron? —Al gato. —¿Quién se comió al gato? —Las ratas. —¿Los ratones? —Sí, las ratas. El niño, consternado con la noticia de que estos ratones se comían a los gatos, prosiguió: —¡Señor! ¿Nos comerán a nosotros estos rato-nes? —¡Qué tontería! El terror del niño ya no tenía límites. Pero Gavroche añadió: —No tengas miedo, no pueden entrar. Además, estoy yo aquí. Tómate de mi mano. Cállate y duerme. El niño apretó esa mano y se tranquilizó. El valor y la fuerza tienen comunicaciones misterio-sas. Poco antes del amanecer, un hombre atravesó la plaza y se deslizó por la empalizada hasta colo-carse bajo el vientre del elefante. Repitió dos veces un extraño grito. Al segundo grito, una voz clara respondió desde el vientre del elefante: —¡Sí! 361

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