¡Oh, utilidad increíble de lo inútil! Aquel mo-numento desmesurado que había contenido un pensamiento del emperador, se convirtió en la casa de un pilluelo. El niño había sido adoptado y abrigado por el coloso. Napoleón tuvo un pensamiento digno del ge-nio; en aquel elefante titánico quiso encarnar al pueblo. Dios hizo algo más grande: alojaba allí a un niño. —Empecemos —dijo Gavroche— por decirle al portero que no estamos en casa. Tomó una tabla y tapó el agujero. Luego en-cendió una de esas sogas impregnadas de resina que llaman cerillas largas. Los dos huéspedes de Gavroche miraron en derredor y experimentaron algo semejante a lo que debió experimentar Jonás en el vientre bíblico de la ballena. El menor dijo: —¡Qué oscuro está! Esta exclamación llamó la atención a Gavroche. —¿Qué decís? ¿Nos quejamos? ¿Nos hacemos los descontentos? ¿Necesitáis acaso las Tullerías? Para curar, el miedo es muy buena la aspereza porque da confianza. Los niños se aproximaron a Gavroche, quien, paternalmente enternecido con esta confianza, dijo al más pequeño con una son-risa cariñosa: —Mira, animalejo, lo oscuro está en la calle. En la calle llueve, aquí no llueve; en la calle hace frío, aquí no hay ni un soplo de viento; en la calle no hay ni luna, aquí hay una luz. Los niños empezaron a mirar aquella habita-ción con menos espanto. Pero Gavroche no les dejó tiempo para contemplaciones. —Listo —dijo. Y los empujó hacia lo que podemos llamar el fondo del cuarto. Allí estaba su cama. 358

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