los vivos penetró en él súbitamente. Pero no tardó en debilitarse. Jean Valjean se había deslumbrado con la idea de la libertad. Había creído en una vida nueva; pero pronto supo lo que es una libertad con pasaporte amarillo. Al día siguiente de su libertad, en Grasse, vio delante de la puerta de una destilería de flores de naranjo algunos hombres que descargaban unos fardos. Ofreció su trabajo. Era necesario y fue aceptado. Se puso a trabajar. Era inteligente, ro-busto, ágil, trabajaba muy bien; su empleador pa-recía estar contento. Pero pasó un gendarme, lo observó y le pidió sus papeles. Le fue preciso mostrar el pasaporte amarillo. Hecho esto, volvió a su trabajo. Un momento antes había preguntado a un compañero cuánto ganaba al día; \"treinta sueldos\", le había respondido. Llegó la tarde, y como debía partir al día siguiente por la mañana, se presentó al dueño y le rogó que le pagase. Este no pronunció una palabra, y le entregó quince sueldos. Reclamó y le respondieron: \"Bastante es eso para ti\". Insistió. El dueño lo miró fijamente, y le dijo: \"¡Cuidado con la cárcel!\" La excarcelación no es la libertad. Se acaba el presidio, pero no la condena. Esto era lo que había sucedido en Grasse. Ya hemos visto cómo fue recibido en D. VIII. El hombre despierto Daban las dos en el reloj de la catedral cuando Jean Valjean despertó. Lo que lo despertó fue el lecho demasiado blando. Iban a cumplirse veinte años que no se acostaba en una cama, y aunque no se hubiese desnudado, la sensación era demasiado nueva para no turbar su sueño. Había dormido más de cuatro horas. No acos-tumbraba dedicar más tiempo al reposo. Abrió los ojos y miró un momento en la oscu-ridad en derredor suyo; después los cerró para dormir otra vez. Pero cuando han agitado el ánimo durante el día muchas sensaciones diversas; cuando se ha pensado a la vez en muchas cosas, el hombre duerme, pero no vuelve a dormir una vez que ha despertado. Jean Valjean no pudo dormir más, y se puso a meditar. 35

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=