inmortal a infinita, a la cual nada puede limitar, ni amortiguar. Se la siente arder hasta en la médula de los huesos, y se la ve brillar hasta en el fondo del cielo. ¿Viene ella aún al Luxemburgo? No, señor. En esta iglesia oye misa, ¿no es verdad? No viene ya. ¿Vive todavía en esta casa? Se ha mudado. ¿Adón-de ha ido a vivir? No lo ha dicho. ¡Qué cosa tan triste es no saber dónde habita su alma! Los que padecéis porque amáis, amad más aún. Morir de amor es vivir. Vi en la calle a un joven muy pobre que amaba. Llevaba un sombrero roto, una levita vieja con los codos parchados; el agua entraba a través de sus zapatos, y los astros a través de su alma.\" Y así seguían sus pensamientos, página a pá-gina, para terminar diciendo: \"Si no hubiera quien amase, se apagaría el sol\". Mientras leía el cuaderno, Cosette iba cayendo poco a poco en un ensueño. Estaba escrito, pen-saba, por la misma mano, pero con diversa tinta, ya negra, ya blanquecina, como cuando se acaba la tinta y se vuelve a llenar el tintero, y por consi-guiente en distintos días. Era, pues, un pensa-miento que se había derramado allí suspiro a sus-piro, sin orden, sin elección, sin objeto, a la casualidad. Cosette no había leído nunca nada semejante. Aquel manuscrito en que se veía más claridad que oscuridad, le causaba el mismo efec-to que un santuario entreabierto. Cada una de sus misteriosas líneas resplandecía a sus ojos y le inun-daba el corazón de una luz extraña. Descubría en aquellas líneas una naturaleza apasionada, ardien-te, generosa, honrada; una voluntad sagrada, un inmenso dolor y una esperanza inmensa; un cora-zón oprimido y un éxtasis manifestado. ¿Y qué era aquel manuscrito? Una carta. Una carta sin señas, sin nombre, sin fecha, sin firma, apremiante y desinteresada. ¿Quién la había escrito? Cosette no dudó ni un minuto. Sólo un hom-bre. ¡El! ¡Era él quien le escribía! ¡El, que estaba allí! ¡El, que la había encontrado! Entró en la casa y se encerró en su cuarto para volver a leer el manuscrito, para aprenderlo de memoria, y para pensar. Cuando lo hubo leído, lo besó 346

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