Pero aquello sólo duró un momento; lo que es miedo de noche es curiosidad de día. Levantó la piedra, que era bastante grande. Debajo había un sobre. Contenía un cuadernillo de hojas nume-radas, en cada una de las cuales había algunas líneas escritas con una letra que le pareció a Co-sette bonita y elegante. Buscó un nombre, pero no lo había; buscó una firma, tampoco la había. ¿A quién iba dirigi-do? A ella probablemente, ya que una mano había depositado aquel paquete en su banco. ¿De quién venía? Una fascinación irresistible se apoderó de ella; trató de separar los ojos de aquellos papeles que temblaban en su mano, miró al cielo, a la calle, a las acacias llenas de luz, a las palomas que vola-ban sobre un tejado cercano, y después se dijo que debía leer lo que contenía. II. Un corazón bajo una piedra Comenzaba así: \"La reducción del Universo a un solo ser, la dilatación de un solo ser hasta Dios; esto es el amor. ¡Qué triste está el alma cuando está triste por el amor! ¡Qué vacío tan inmenso es la ausencia del ser que llena el mundo! ¡Oh! ¡Cuán verdadero es que el ser amado se convierte en Dios! Basta una sonrisa vislumbrada para que el alma entre en el palacio de los sueños. Ciertos pensamientos son oraciones. Hay mo-mentos en que cualquiera que sea la actitud del cuerpo, el alma está de rodillas. Los amantes separados engañan la ausencia con mil quimeras, que tienen, no obstante, su realidad. Se les impide verse; no pueden escribir-se; pero tienen una multitud de medios misterio-sos de correspondencia. Se envían el canto de los pájaros, el perfume de las flores, la risa de los niños, la luz del sol, los suspiros del viento, los rayos de las estrellas, toda la creación. ¿Y por qué no? Todas las obras de Dios están hechas para servir al amor. El amor es una parte del alma misma, es de la misma naturaleza que ella, es una chispa divina; como ella, es incorruptible, indivisible, imperece-dero. Es una partícula de fuego que está en noso-tros, que es 345

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