Mirando fijamente a Montparnasse, el viejo elevó con suavidad la voz y le dirigió en aquella sombra en que estaban una especie de sermón solemne, del que Gavroche no perdió ni una slaba. —Hijo mío: tú entras por pereza en la existen-cia más laboriosa. ¡Ah! Tú lo declaras holgazán, pues prepárate a trabajar. No has querido tener el honrado cansancio de los hombres, tendrás el su-dor de los condenados. Donde los demás canten, tú gruñirás. Verás de lejos trabajar a los demás hombres, y lo parecerá que descansan. Para salir a la calle, cualquiera no tiene que hacer más que bajar la escalera, pero tú romperás las sábanas, harás con sus tiras una cuerda, pasarás por la ventana, lo suspenderás colgado de ese hilo sobre un abismo, de noche, en medio de la tempestad, en medio de la lluvia, en medio del huracán, y si la cuerda es corta, sólo encontrarás un medio de bajar: tirarte. Tirarte a ciegas en el precipicio, des-de una altura cualquiera a lo desconocido. ¡Ah! ¡No lo gusta trabajar! No tienes más que un pensa-miento: beber bien, comer bien, dormir bien. Pues beberás agua, comerás pan negro, dormirás en una tabla con una cadena ceñida a tus piernas. Romperás esa cadena y huirás. Bien; pero lo arras-trarás entre las matas y comerás hierba como los animales del monte. Y volverás a caer preso; y entonces pasarás los años en una mazmorra. Quie-res lucir buena ropa, zapatos lustrosos, pelo riza-do, usar en la cabeza perfumes, agradar a las jóvenes, ser elegante; pues bien, lo cortarán el pelo al rape, lo pondrás una chaqueta roja y unos zuecos. Quieres llevar sortijas en los dedos, y tendrás una argolla al cuello; y si miras a una mujer, lo darán un palo. Entrarás allí a los veinte años, y saldrás a los cincuenta. Entrarás joven, sonrosado, fresco, con ojos brillantes, dientes blan-cos, y hermosa cabellera, saldrás cascado, encor-vado, lleno de arrugas, sin dientes, horrible, y con el pelo blanco. ¡Ah, pobre niño!, lo equivocas; la holgazanería lo aconseja mal; el trabajo más rudo es el robo. Créeme, no emprendas la penosa pro-fesión del perezoso; no es cómodo ser ratero. Menos malo es ser hombre honrado. Anda ahora, y piensa en lo que lo he dicho. Pero, ¿qué que-rías? ¿Mi bolsa? Aquí la tienes. Y el viejo, soltando a Montparnasse, le puso en la mano su bolsa, a la que Montparnasse tomó el peso; después de lo cual, con la misma precau-ción maquinal que si la hubiese robado, la dejó caer suavemente en el bolsillo de atrás de su pantalón. Hecho esto, el anciano volvió la espalda, y siguió su paseo. 342

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