volvía hacia el claus-tro! ¡Cómo se lamentaba de su abnegación y de su demencia de haber vuelto a Cosette al mundo, po-bre héroe del sacrificio, cogido y derribado por su mismo desinterés! \"¿Qué he hecho?\", se decía. Por lo demás, Cosette ignoraba todo esto. Jean Valjean no tenía para ella peor humor ni más rudeza; siempre la misma fisonomía serena y bue-na; sus modales eran más tiernos, más paternales que nunca. Cosette, por su parte, iba decayendo de áni-mo. En la ausencia de Marius, padecía, como ha-bía gozado en su presencia sin explicárselo. —¿Qué tienes? —preguntaba algunas veces Jean Valjean. —No tengo nada. Y vos, padre, ¿tenéis algo? —¿Yo? Nada. Aquellos dos seres que se habían amado tan-to, y con tan tierno amor, y que habían vivido por tanto tiempo el uno para el otro, padecían ahora cada cual por su lado, uno a causa del otro; sin culparse mutuamente, y sonriendo. X. Socorro de abajo puede ser socorro de arriba Una tarde, el pequeño Gavroche no había comido y recordó que tampoco había cenado el día ante-rior, lo que era ya un poco cansador. Tomó, pues, la resolución de buscar algún medio de cenar. Se fue a dar vueltas más allá de la Salpétrière, por los sitios desiertos, donde suele encontrarse algo; y así llegó hasta unas casuchas que le parecieron ser el pueblecillo de Austerlitz. En uno de sus anteriores paseos había visto allí un jardín cuidado por un anciano y donde crecía un buen manzano. Una manzana es una cena, una manzana es la vida. Lo que perdió a Adán podía salvar a Gavroche. Se dirigió entonces hacia el jardín; reconoció el manzano, identificó la fruta, y examinó el seto; se aprestaba a saltarlo, pero se detuvo de repente. Escuchó voces en el jardín, y se puso a mirar por un hueco. A dos pasos de él, al otro lado del seto, estaba sentado el viejo dueño del jardín, y delante de él había una anciana que refunfuñaba. 338

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