en todas las paredes; habré sido bueno, aunque hayan sido malos conmigo; me habré hecho bueno, a pesar de todo; me ha-bré arrepentido del mal que he hecho, y habré perdonado el que me han causado; y en el mo-mento en que recibo mi recompensa, en el mo-mento que toco el fin, en el momento que tengo lo que quiero, que es bueno, que lo he pagado, y lo he ganado, desaparecerá todo, se me irá de las manos, perderé a Cosette, y perderé mi vida, mi alegría, mi alma, porque a un necio le haya gusta-do venir a vagar por el Luxemburgo! Cuando supo que Marius había hecho pregun-tas al portero de su casa, se mudó, prometiéndose no volver a poner los pies en el Luxemburgo ni en la calle del Oeste; y se volvió a la calle Plumet. Cosette no se quejó, no dijo nada, no pregun-tó nada, no trató de saber ningún por qué; estaba ya en el período en que se teme ser descubierta y vendida. Jean Valjean no tenía experiencia en nin-guna de estas miserias, lo cual fue causa de que no comprendiera el grave significado del silencio de Cosette. Solamente observó que estaba triste y se puso sombrío. Por una y otra parte dominaba la inexperiencia. Un día hizo una prueba y preguntó a Cosette: —¿Quieres venir al Luxemburgo? Un rayo iluminó el pálido rostro de Cosette. —Sí —contestó. Fueron. Habían pasado tres meses. Marius no iba ya; Marius no estaba allí. Al día siguiente, Jean Valjean volvió a decir a Cosette: —¿Quieres venir al Luxemburgo? Y respondió triste y dulcemente: —No. Jean Valjean quedó dolorido por esa tristeza, y lastimado por esa dulzura. ¿Qué pasaba en aquella alma tan joven todavía, y tan impenetrable ya? ¿Qué transformación se estaba verificando en ella? ¿Qué sucedía en el alma de Cosette? En aquellos momen-tos, ¡qué miradas tan dolorosas 337

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