—Ni a nadie. —Ahora, llévame. —Venid. ¡Oh, qué contento está! —dijo la joven. A los pocos pasos se detuvo. —Me seguís muy de cerca, señor Marius. De-jadme ir delante de vos y seguidme así no más, como si tal cosa. No deben ver a un caballero como vos con una mujer como yo. Ningún idioma podría expresar lo que ence-rraba la palabra mujer dicha así por aquella niña. Dio unos pasos, y se detuvo otra vez. —A propósito, ¿recordáis que habéis prometido una cosa? Marius registró el bolsillo. No poseía en el mundo más que los cinco francos destinados a Thenardier; los sacó, y los puso en la mano de Eponina. Ella abrió los dedos, dejó caer la moneda al suelo, y dijo mirando a Marius con aire sombrío: —No quiero vuestro dinero. V. La casa del secreto En el mes de octubre de 1829, un hombre de cierta edad había alquilado una casa en la calle Plumet y se había instalado allí con una jovencita y una anciana criada. Los vecinos no murmuraban nada, por la sencilla razón de que no los había. Este inquilino tan silencioso era Jean Valjean, y la joven, Cosette. La criada era una solterona llamada Santos, vieja, provinciana y tartamuda; tres cualidades que habían determinado a Jean Valjean a tomarla a su servicio. Había alquilado la casa con el nombre del señor Ultimo Fauchelevent, rentista. ¿Por qué había abandonado Jean Valjean el con-vento del Pequeño Picpus? ¿Qué había sucedido? Nada había sucedido. 329

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