Y así que pronunció esta palabra, suspiró pro-fundamente. Marius le cogió violentamente la mano. —¡Llévame! ¡Pídeme todo lo que quieras! ¿Dón-de es? —Venid conmigo. No sé bien la calle ni el núme-ro; es al otro extremo, pero conozco bien la casa. Retiró entonces la mano, y dijo en un tono que hubiera lacerado el corazón de un observa-dor, pero que no llamó la atención de Marius, embriagado y loco de felicidad: —¡Ah! ¡Qué contento estáis ahora! Una nube pasó por la frente de Marius. —¡ Júrame una cosa! —dijo cogiendo a Eponina del brazo. —¡Jurar! —dijo ella—; ¿qué quiere decir eso? ¡Vaya! ¿Queréis que jure? Y se echó a reír. —¡Tu padre! ¡Prométeme, Eponina, júrame que no darás esa dirección a lo padre! Eponina se volvió hacia él con una mirada de asombro. —¿Cómo sabéis que me llamo Eponina? —¡Respóndeme, en nombre del cielo! ¡ Júrame que no se lo dirás a lo padre! —¡Mi padre! ¡Ah, sí, mi padre! Estad tranquilo. Está preso a incomunicado. —¿Pero no me lo prometes? —exclamó Marius. —¡Sí, sí os lo prometo! ¡Os lo juro! ¡Qué me importa! ¡No diré nada a mi padre! —Ni a nadie —dijo Marius. 328

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=