ha-bía dormido en algún pajar. Y a pesar de todo, estaba hermosa. Se quedó algunos momentos en silencio. —¡Os encontré! —dijo por fin—. Tenía razón el señor Mabeuf. ¡Si supieseis cuánto os he buscado! ¿Sabéis que he estado en la cárcel quince días? Me soltaron por no haber nada contra mí, y porque además no tenía edad de discernimiento. ¡Oh, cómo os he buscado desde hace seis semanas! ¿Ya no vivís allá? —No —dijo Marius. —¡Oh! Ya comprendo. A causa de aquello. ¿Dón-de vivís ahora? Marius no respondió. —Parece que no os alegráis de verme. Y, sin embargo, si quisiera os obligaría a estar contento. —¿Contento —preguntó Marius—, qué queréis decir? —¡Ah! ¡Antes me llamabais de tú! —Pues bien; ¿qué quieres decir? Eponina se mordió el labio, parecía dudar como si fuera presa de una lucha interior; por fin, pare-ció decidirse. —Bueno, peor para mí, qué vamos a hacer. Estáis triste y quiero que estéis contento. ¡Pobre señor Marius! Ya sabéis, me habéis prometido que me daríais todo lo que yo quisiera... —¡Sí, pero habla de una vez! Ella miró a Marius fijamente a los ojos y le dijc —¡Tengo la dirección! Marius se puso pálido. Toda su sangre refluyó al corazón. —¿Qué dirección? —Ya sabéis, las señas de la señorita. 327

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=