—Algo podéis hacer —dijo ella—. Decidme dón-de vive el señor Marius. —¿Qué señor Marius? —Un joven que venía a veros hace tiempo atrás. El señor Mabeuf había ya registrado su memo-ria, y contestó: —¡Ah! sí... ya sé. El señor Marius... el barón de Pontmercy, vive... o más bien dicho no vive ya... vaya, no lo sé. Mientras hablaba se había inclinado para suje-tar una rama del rododendro. —Esperad —continuó—; ahora me acuerdo. Va mucho al Campo de la Alondra. Id por allí, y no será difícil que lo encontréis. Cuando el señor Mabeuf se enderezó ya no había nadie; la joven había desaparecido. IV. Aparición a Marius Algunos días después, Marius había ido a pasear-se un rato antes de ir a dejar la moneda para Thenardier. Era lo que hacía siempre. Apenas se levantaba, se sentaba delante de un libro y una hoja de papel para concluir alguna traducción; trataba de escribir y no podía y se levantaba de la silla, diciendo: \"Voy a salir un rato, así me darán ganas de trabajar\". Y se iba al Campo de la Alondra. Esa mañana, en medio del arrobamiento con que iba pensando en Ella mientras paseaba, oyó una voz conocida que decía: —¡Al fin, ahí está! Levantó los ojos y reconoció a la hija mayor de Thenardier, Eponina. Llevaba los pies descal-zos a iba vestida de harapos. Tenía la misma voz ronca, la misma mirada insolente. Además, oscu-recía su rostro ese miedo que añade la prisión o la miseria. Llevaba algunos restos de paja en los cabellos, no como Ofelia por haberse vuelto loca con el contagio de la locura de Hamlet, sino porque 326

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