embargo, este aborto tuvo consecuencias totalmente diferentes a las planeadas, como ya se verá. A menudo, cuando se intenta anudar un hilo, se anuda otro. III. Aparición al señor Mabeuf Mientras Marius descendía lentamente por esos lúgubres escalones que conducen a los lugares sin luz, el señor Mabeuf los bajaba de otra manera. Al anciano todas las opiniones políticas le eran indiferentes, y las aprobaba todas para que lo dejaran tranquilo. Su postura política era la de amar apasionadamente las plantas, pero sobre todo amar los libros. Tenía como todo el mundo su terminación en —ista, sin la cual nadie habría podi-do vivir en esa época, pero no era ni realista, ni bonapartista, ni anarquista; él era coleccionista de libros antiguos. Uniendo sus dos pasiones, había publicado un libro, La flora en los alrededores de Cauteretz. Vivía solo con una vieja ama de llaves, a quien llamaba, sin que ella comprendiera por qué, la señora Plutarco. En 1830, por un error legal, perdió todo lo que tenía. Además, la Revolución de Julio provo-có una crisis que afectó a las librerías y, por supuesto, en los malos tiempos lo primero que deja de venderse es un libro sobre la flora. Dejó su cargo en la parroquia y se mudó a una especie de choza, cerca del jardín Botánico, donde le permitieron utilizar un pequeño pedazo de tierra para sus ensayos de siembras de añil. Había reducido su almuerzo a dos huevos, y dejaba uno de ellos a su vieja criada, a la cual no había pagado el salario hacía quince meses. Muchas veces, el almuerzo era su única comida. Ya no se reía con su risa infantil; se había vuel-to huraño, y no recibía visitas. Algunas veces, camino al jardín Botánico, se encontraba con Marius; no se hablaban; solamente se saludaban con la cabeza tristemente. Es doloroso, pero hay un momento en que la miseria separa hasta a los amigos. El señor Mabeuf sentía simpatía por Marius, porque era joven y suave. La juventud, cuando es suave, es para los viejos como un sol sin viento. Por la noche volvía del jardín Botánico a su casa para regar sus plantas y leer sus libros. 324

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