LIBRO SEGUNDO. Eponina I. El campo de la Alondra Marius había asistido al inesperado desenlace de la emboscada que él mismo relatara a Javert; pero, apenas abandonó éste la casa llevando a sus pre-sos en tres coches de alquiler, salió también él. No eran más que las nueve de la noche, y se fue a dormir a casa de Courfeyrac, que vivía ahora en la calle de la Verrerie, \"por razones políticas\", pues en esos tiempos la insurrección se instalaba tran-quilamente en aquel barrio. —Vengo a alojar contigo —dijo Marius. Courfeyrac sacó un colchón de su cama, que tenía dos, lo tendió en el suelo y dijo: —Aquí tienes. Al día siguiente, a las siete de la mañana, Marius volvió al caserón Gorbeau, pagó el alqui-ler, hizo cargar en un carretón de mano sus li-bros, la cama, la mesa, la cómoda y sus dos sillas, y se fue sin dejar las señas de su nueva casa. Pasó un mes y después otro. Marius seguía en casa de Courfeyrac. Supo por un pasante de abo-gado, visitante habitual de la Sala de los Pasos Perdidos, que Thenardier estaba incomunicado, y daba todos los lunes al alcaide de la cárcel cinco francos para el preso. Marius, no teniendo ya dinero, pedía los cinco francos a Courfeyrac; era la primera vez en su vida que pedía prestado. Estos cinco francos pe-riódicos eran un doble enigma: para Courfeyrac que los daba, y para Thenardier que los recibía. —¿Para quién pueden ser? —pensaba Cour-feyrac. —¿De dónde diablos puede venir esto? —se pre-guntaba Thenardier. 320

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=