—¿Qué es eso?, ¿qué es eso? ¡Buen Dios! ¡Echan abajo la puerta! ¡Están derribando la casa! Las patadas continuaban. La mujer gritaba a más no poder. De pronto se detuvo; había reconocido al pilluelo. —¡Ah, claro, tenías que ser tú, Satanás! —¡La vieja otra vez! —dijo el muchacho—. Bue-nas noches, tía Burgonmuche. Vengo a ver a mis antepasados. La vieja respondió con una mueca: —No hay nadie aquí, patán. —¿Dónde está mi padre? —En la cárcel de la Force. —¡Vaya! ¿Y mi madre? —En la de Saint—Lazare. —¿Y mis hermanas? —En las Madelonnettes. El niño se rascó la oreja, miró a la señora Burgon, y exclamó: —¡Qué lo parece! Luego hizo una pirueta, giró sobre sus talones, y un segundo después la mujer, que se había quedado en el umbral de la puerta, lo oyó cantar con voz clara y juvenil, perdiéndose entre los álamos que se estremecían al soplo del viento invernal: Mambrú se fue a la guerra montado en una perra. Mambrú se fue a la guerra 312

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