todos! XIV. El niño que lloraba en la segunda parte Al día siguiente, un niño caminaba en dirección a Fontainebleau. Era noche oscura. El muchacho era pálido, flaco; iba vestido de harapos, con un pan-talón de lienzo en pleno invierno, y cantaba a voz en grito. En la esquina de la calle del Petit—Banquier, una vieja encorvada rebuscaba en un montón de basura, a la luz del farol. El niño la empujó al pasar, y luego retrocedió, exclamando en tono burlón: —¡Qué lo parece! ¡Y yo que había tomado esto por un perro enorme, ENORME! La vieja, sofocada de indignación, se levantó, y el resplandor de la luz dio de lleno en su cara angulosa y arrugada, con patas de gallo que le bajaban casi hasta la boca. El cuerpo se perdía en la sombra, y sólo se veía la cabeza. Hubiérase dicho que era la máscara de la decrepitud dibuja-da por una luz en la noche. El niño la miró atentamente. —Esta señora —dijo— no es mi tipo de belleza. Y prosiguió su camino, cantando: Mambrú se fue a la guerra montado en una perra. Mambrú se fue a la guerra no sé cuándo vendrá. Al acabar el cuarto verso se detuvo. Había llegado delante del número 50—52, y hallando cerrada la puerta, comenzó a descargar sobre ella golpes y taconazos que llegaban a retumbar, y que eran testimonio más bien de los zapatos de hombre que llevaba que de los pies de niño que tenía. Entretanto, la anciana que había encontrado en la esquina del Petit—Banquier corría detrás de él, lanzando gritos y haciendo gestos desmesura-dos. 311

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