—¿Y vosotros? —preguntó Javert a los demás. —También. Javert dijo con calma: —Bien, bien; ya decía yo que erais buena gente. Y volviéndose a la puerta llamó a sus hom-bres. —Entrad ya —dijo. Una escuadra de municipales sable en mano y de agentes armados de garrotes, se precipitó en la habitación. —¡Esposas a todos! —gritó Javert. La Thenardier miró sus manos atadas y las de su marido, se dejó caer en el suelo, y exclamó llorando: —¡Mis hijas! —Están ya a la sombra —dijo Javert. En tanto, los agentes habían descubierto al borracho dormido detrás de la puerta, y lo sacu-dían. Se despertó balbuceando: —¿Hemos concluido, Jondrette? —Sí, Boulatruelle —respondió Javert. Los seis bandidos, atados, conservaban aún sus caras de espectros: tres tiznados de negro, tres enmascarados. —Conservad vuestras caretas —dijo Javert. Y pasándoles revista con la mirada de un Fe-derico II en la parada de Postdam, dijo a los tres falsos deshollinadores: —Buenas noches, Bigrenaille; buenas noches, Brujon; buenas noches, Demiliard. 309

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