suavemente un pedazo de yeso del tabique, lo envolvió en el papel, y lo arrojó por el agujero en medio del tugurio vecino. Ya era tiempo. Thenardier había vencido sus últimos escrúpulos o sus últimos temores, y se dirigía hacia el prisionero. —¡Algo han tirado! —gritó la Thenardier. —¿Qué es? —dijo el marido. La mujer se lanzó a recoger el yeso envuelto en el papel y lo entregó a su marido. —¿Por dónde ha venido? —preguntó Thenardier. —¿Por dónde quieres que haya entrado? Por la ventana. —Yo lo vi caer —dijo Bigrenaille. Thenardier desenvolvió rápidamente el papel, y se acercó a la luz. —Es la letra de Eponina. ¡Diablo! Hizo una seña a su mujer que se acercó viva-mente, y le mostró lo escrito en el papel, añadien-do luego con voz sorda: —¡Pronto! ¡La escalera de cuerda! Dejemos el tocino en la ratonera, y abandonemos el campo. —¿Sin cortarle el pescuezo al hombre? —pre-guntó la Thenardier. —No tenemos tiempo. —¿Por dónde? —preguntó Bigrenaille. —Por la ventana —respondió Thenardier—. Pues-to que Eponina ha tirado la piedra por la ventana, es que la casa no está cercada por ese lado. El bandido con voz de ventrílocuo dejó en el suelo su enorme llave, levantó los dos brazos y abrió y cerró tres veces las manos sin decir una palabra. Fue como la señal de zafarrancho para una tripulación. Los que sujetaban al prisionero lo solta-ron; en un abrir y cerrar de ojos fue desenrollada la escala hacia fuera de la ventana y sujetada sólidamente al 306

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