escribió: \"Señorita Fabre, casa del señor Urbano Fabre, calle Saint—Dominique d\'Enfer, número 17\". Thenardier cogió la carta con una especie de convulsión febril. —¡Mujer! —gritó. La Thenardier acudió. —Toma esta carta. Ya sabes lo que tienes que hacer. Abajo hay un cabriolé esperándote, parte de inmediato y vuelve volando. Y, dirigiéndose al hombre de la maza, añadió: —Tú, acompaña a la ciudadana. Irás en la parte trasera. ¿Recuerdas dónde dejé el carricoche? —Sí —contestó el hombre. Y dejando su maza en un rincón, siguió a la Thenardier. Cuando ya se iban, Thenardier sacó la cabeza por la puerta entreabierta, y gritó en el corredor: —Cuidado con perder la carta; piensa que lle-vas en ella doscientos mil francos. Tranquilo —respondió la voz ronca de su mu-jer—, me la puse en la panza. Un minuto después se sintió el chasquido del látigo del cochero. —¡Bien! —masculló Thenardier—. Van a buen paso. Con ese galope, la ciudadana estará de vuelta en tres cuartos de hora más. Acercó una silla a la chimenea, y se sentó cruzando los brazos, y apoyando sus botas enlo-dadas en el brasero. —Tengo frío en los pies —dijo. Una sombría calma había sucedido al feroz estrépito que llenaba el desván momentos antes. No se oía más ruido que la respiración 301

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