vos no habéis gritado: es que os interesa muy poco que acudan la justicia y la policía. Hace tiempo que sospecho que tenéis algún interés en ocultar alguna cosa. Por nuestra parte, tenemos el mismo interés, conque podemos entendernos. La fundada observación de Thenardier oscure-cía aún más para Marius las misteriosas sombras bajo las cuales se ocultaba aquella figura grave y extraña a la que Courfeyrac había puesto el apo-do de señor Blanco. Pero no podía sino admirar en semejante momento aquel rostro soberbiamen-te impasible y melancólico. Era evidentemente un alma que no sabía lo que era la desesperación. Era uno de esos hombres que dominan las situa-ciones extremas. Thenardier se levantó sin afectación, fue a la chimenea, separó el biombo y dejó al descubierto el brasero lleno de ardientes brasas, donde el pri-sionero podía ver perfectamente el cincel al rojo. Luego volvió a sentarse cerca del señor Blanco. —Continúo —dijo—. Podemos entendernos; arre-glemos esto amistosamente. Hice mal en incomo-darme hace poco; no sé dónde tenía la cabeza; he ido demasiado lejos y he dicho mil locuras. Por ejemplo, porque sois millonario, os he dicho que exigía dinero, mucho dinero, enorme cantidad de dinero. Esto no sería razonable, tenéis la suerte de ser rico, pero tendréis vuestras obligaciones, ¿quién no tiene las suyas? No quiero arruinaros; al fin y al cabo, yo no soy un desollador. Mirad, yo cedo algo y hago un sacrificio por mi parte. Necesito solamente doscientos mil francos. El señor Blanco no dijo una palabra. Thenar-dier prosiguió: —Una vez fuera de vuestro bolsillo esa bagate-la, os respondo de que todo ha concluido y de que no tenéis que temer ni lo más mínimo. Me diréis: ¡pero yo no tengo aquí doscientos mil fran-cos! ¡Oh!, no soy exagerado; no exijo eso. Sólo os pido una cosa. Tened la bondad de escribir lo que voy a dictaros. Colocó un papel y una pluma delante del señor Blanco. —Escribid —.dijo. El prisionero habló, por fin. —¿Cómo queréis que escriba, si estoy atado? 298

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