Este aprovechó la ocasión, empujó con el pie la silla, la mesa con la mano; y de un salto, con prodigiosa agilidad, antes que Thenardier hubiera tenido tiempo de volverse, estaba en la ventana. Abrirla, escalarla, meter una pierna por ella, fue obra de un momento. Ya tenía la mitad del cuer-po fuera, cuando seis robustos puños lo cogieron y lo volvieron a meter enérgicamente en el antro. Eran los tres \"deshollinadores\" que se habían lan-zado sobre él. Uno de ellos levantaba sobre la cabeza del señor Blanco una especie de maza, formada por dos bolas de plomo en los dos extre-mos de una barra de hierro. Marius no pudo resistir este espectáculo. —Padre mío —pensó—, ¡perdonadme! Y su dedo buscó el gatillo de la pistola. Iba ya a salir el tiro, cuando la voz de Thenardier gritó: —¡No le hagáis daño! De un puñetazo derribó al hombre de la maza. Aquella tentativa desesperada de la víctima, en vez de exasperar a Thenardier, lo había calmado. —Vosotros —añadió— registradlo. El señor Blanco parecía haber renunciado a toda resistencia. Se le registró; no tenía más que una bolsa de cuero que contenía seis francos y su pañuelo. Thenardier se guardó el pañuelo en el bolsillo. —¿No hay cartera? —preguntó. —Ni reloj. Thenardier fue al rincón y allí cogió un pa-quete de cuerdas, que les arrojó. —Atadle al banquillo —dijo. Y viendo al viejo que permanecía tendido en medio del cuarto después del puñetazo que el señor Blanco le había dado, y notando que no se movía: —¿Acaso está muerto Boulatruelle? —preguntó. 296

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=