Jondrette rebuscó en los bolsillos de su panta-lón, y le entregó una moneda de cinco francos. —¿De dónde sacaste esto? —exclamó la mujer. Jondrette respondió con dignidad: —Es el monarca que dio el vecino esta mañana. Y añadió: —¿Sabes que aquí hacen falta dos sillas? —¿Para qué? —Para sentarse. Marius sintió correr por todo su cuerpo un estremecimiento glacial al oír a la Jondrette dar esta respuesta: —¡Es cierto! Voy a buscar las del vecino. Y con un movimiento rápido abrió la puerta del desván y salió al corredor. Marius no alcanzaba a bajar de la cómoda y ocultarse debajo de la cama. —Lleva la vela —gritó Jondrette. —No —dijo ella—, me estorbaría, y además hay luna. Marius oyó la pesada mano de la Jondrette buscar a tientas en la oscuridad la llave. La puerta se abrió, y Marius, sobrecogido de espanto, quedó clavado en su sitio. La Jondrette no lo vio, cogió las dos sillas, únicas que Marius poseía, y se marchó, dejando que la puerta se cerrara de un golpe detrás de ella. Volvió a entrar en su cueva. —Aquí están las dos sillas. —Y aquí el farol —dijo el marido—. Baja pronto. 285

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