Marius cogió las pistolas y se las guardó en el bolsillo del pantalón. A propósito —le dijo al salir el policía—, si tuvierais necesidad de mí, venid o mandadme re-cado; preguntaréis por el inspector Javert. X. Utilización del Napoleón de Marius Marius se dirigió con paso rápido al caserón pues la señora Burgon, cuando le tocaba salir, cerraba temprano la puerta, y como el inspector se había quedado con su llave, no podía retrasarse. La puerta estaba abierta todavía. Al pasar por el corredor, sin hacer el menor ruido, le pareció ver en una de las habitaciones desocupadas cua-tro cabezas de hombres inmóviles. Entró a su cuarto sin ser visto. Se sentó sobre su lecho y se sacó cuidadosamente las botas. Al poco rato sintió a la señora Burgon cerrar la puer-ta y marcharse. Transcurrieron algunos minutos. Oyó abrirse la puerta de calle. Escuchó pasos pesados y rápidos que subían la escala; era Jondrette que regresaba de hacer sus compras. Pensó que había llegado el momento de vol-ver a ocupar su puesto en su observatorio. En un abrir y cerrar de ojos, y con la agilidad de su juventud, se halló junto al agujero y miró. Toda la cueva estaba iluminada por la rever-beración de un brasero colocado en la chimenea, y lleno de carbón encendido. Dentro de él se calentaba al rojo vivo un enorme cincel con man-go de madera, recién comprado por Jondrette esa tarde. En un rincón cerca de la puerta se veían dos montones, que parecían ser uno de objetos de hierro y otro de cuerdas. La guarida de Jondrette estaba admirablemen-te bien elegida como escenario para llevar a cabo un hecho violento y para cubrir un crimen. Era la habitación más escondida de la casa más aislada de París. —¿Y? —dijo la mujer. 282

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