erizadas, y una mira-da capaz de registrar hasta el fondo de los bolsi-llos. Aquel hombre tenía un semblante no menos feroz y no menos temible que Jondrette; algunas veces causa tanta inquietud un encuentro con un perro de presa como con un lobo. —¿Qué queréis? Ver al comisario de policía. —Está ausente, yo lo reemplazo. —Es para un asunto muy secreto. —Hablad. —Y muy urgente. —Entonces, hablad rápido. Marius relató los sucesos. Al mencionar la en-trevista de Jondrette con Bigrenaille, el policía asin-tió con la cabeza. Cuando Marius dio la dirección, el inspector levantó la cabeza y dijo fríamente: —¿Es, pues, en el cuarto del extremo del corre-dor? —Precisamente —dijo Marius, y añadió—: ¿Por ventura conocéis la casa? El inspector permaneció un momento silencio-so; luego contestó, calentándose el tacón de la bota en la puertecilla de la estufa: —Así parece. Y continuó entre dientes, hablando, más que a Marius, a su corbata. —Por ahí debe de andar el Patrón—Minette. Esta palabra llamó la atención de Marius. —¡El Patrón—Minette! —dijo—; en efecto, he oído pronunciar esta palabra. Y refirió al inspector el diálogo que tenían el hombre cabelludo y el hombre barbudo en la nieve, detrás de la tapia. 280

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