—Me olvidaba decirte que tengas preparado un brasero con carbón. Y arrojó a su mujer el napoleón que le había dejado el filántropo, como lo llamaba él. —Compraré el carbón y algo para comer —dijo la mujer. —No vayas a gastar ese dinero, tengo otras cosas que comprar todavía. —Pero, ¿cuánto lo hace falta para eso que ne-cesitas comprar? —Unos tres francos. —No quedará gran cosa para la comida. —Hoy no se trata de comer; hoy hay algo mejor que hacer. Jondrette cerró la puerta, y Marius oyó sus pasos alejarse por el corredor del caserón y bajar rápidamente la escalera. En ese instante daban la una en la iglesia de San Medardo. IX. Un policía da dos puñetazos a un abogado Por más soñador que fuese Marius, ya hemos dicho que era de naturaleza firme y enérgica. Los hábitos de recogimiento habían disminuido tal vez su facultad de irritarse, pero habían dejado intacta la facultad de indignarse. Se apiadaba de un sapo, pero aplastaba a una víbora. Ahora su mirada había penetrado en un agujero de víbo-ras; era un nido de monstruos el que tenía en su presencia. —¡Es preciso aplastar a esos miserables! —dijo. Se bajó de la cómoda lo más suavemente que pudo. En su espanto por lo que se preparaba, y en el horror que los Jondrette le causaban, sentía una especie de alegría con la idea de que le sería dado prestar un gran servicio a la que amaba. Pero, ¿qué hacer? ¿Advertir a las personas ame-nazadas? ¿Dónde encontrarlas? No sabía sus señas. ¿Esperar al señor Blanco a la puerta a las seis, al momento de llegar, y prevenirle del lazo? Pero Jondrette y su gente lo verían espiar. Era la una; la emboscada no debía verificarse hasta las seis. Ma-rius tenía cinco horas 278

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