—¡No haces más que tonterías! Al romper ese vidrio la niña se ha cortado la mano. —¡Tanto mejor! —dijo el hombre—. Es lo que quería. —¿Cómo tanto mejor? —replicó la mujer. —¡Calma! —replicó el padre—. Suprimo la liber-tad de prensa. Y desgarrando la camisa de mujer que tenía puesta, sacó de ella una tira de tela, con la cual envolvió el puño ensangrentado de la niña. Miró a su alrededor. Un viento helado silbaba al pasar por el vidrio quebrado. Todo tiene un aspecto magnífico —murmuró—. Ahora podemos recibir al filántropo. V. El rayo de sol en la cueva En ese momento dieron un ligero golpe a la puer-ta; el hombre se precipitó hacia ella, y la abrió, exclamando con profundos saludos y sonrisas de adoración: —Entrad, señor, dignaos entrar, mi respetable bienhechor, así como vuestra encantadora hija. Un hombre de edad madura y una joven apa-recieron en la puerta del desván. Marius no había dejado su puesto. Lo que sintió en aquel momento no puede expresarse en ninguna lengua humana. Era Ella. Todo el que haya amado sabe las acepciones resplandecientes que contienen las cuatro letras de esta palabra: Ella. Era ella, efectivamente. Marius apenas la dis-tinguía a través del luminoso vapor que se había esparcido súbitamente sobre sus ojos. Era aquel dulce ser ausente, aquel astro que para él había lucido durante seis meses; era aquella pupila, aque-lla frente, aquella boca, aquel bello rostro desva-necido, que lo había dejado sumiso en la oscuridad al marcharse. La visión se había eclipsado y reaparecía. 267
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