atravesar el umbral, se volvió y miró fijamente a Marius. Al día siguiente no fueron al Luxemburgo, y Marius esperó en balde todo el día. Por la noche fue a la calle del Oeste y contempló las ventanas iluminadas. Al día siguiente tampoco fueron al Luxembur-go. Marius esperó todo el día, y luego fue a po-nerse de centinela bajo las ventanas. Así pasaron ocho días. El señor Blanco y su hija no volvieron a aparecer por el Luxemburgo. Marius se contentaba con ir de noche a contem-plar la claridad rojiza de los cristales. Veía de cuando en cuando pasar algunas sombras, y el corazón le latía con este espectáculo. Al octavo día, cuando llegó bajo las venta-nas, no había luz en éstas. Esperó hasta las diez, hasta las doce, hasta la una de la mañana; pero no se encendió ninguna luz. Se retiró muy triste. AI anochecer siguiente volvió a la casa. El piso tercero estaba oscuro como boca de lobo. Marius llamó a la puerta y dijo al portero: —¿El señor del piso tercero? —Se mudó ayer —contestó el portero. Marius vaciló, y dijo débilmente: —¿Dónde vive ahora? —No lo sé. —¿No dejó su nueva dirección? El portero reconoció a Marius. —¡Ah, usted de nuevo! ¡Entonces es decidida-mente un espía! 253

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