cosa que la verdad puede ver del fondo de su pozo. En medio de tales ensueños, cualquiera que mirara dentro del alma de Marius, habría quedado deslumbrado de su pureza. Hacia mediados de este año 1831, la mujer que servía a Marius le contó que iban a echar a la calle a sus vecinos, la miserable familia Jondrette. Marius, que pasaba casi todo el día fuera de casa, apenas sabía si tenía vecinos. —¿Y por qué les quitan la pieza? —Porque no pagan el alquiler. Deben dos plazos. —¿Y cuánto es? —Veinte francos. Marius tenía treinta francos ahorrados en un cajón. —Tomad —dijo a la vieja—, ahí tenéis veinticin-co. Pagad por esa pobre gente, dadles cinco fran-cos, y no digáis que lo hago yo. 244

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