LIBRO QUINTO. Excelencia de la desgracia I. Marius indigente La vida empezó a ser muy dura para Marius. Co-merse la ropa y el reloj no era nada. Comió tam-bién esa cosa horrible que se compone de días sin pan, noches sin sueño, tardes sin luz, chime-nea sin fuego, semanas sin trabajo, porvenir sin esperanza, la levita rota en los codos, el sombrero viejo que hace reír a las jóvenes, la puerta que se encuentra cerrada de noche porque no se paga el alquiler, la insolencia del portero y del almacenero, la burla de los vecinos, las humillaciones, la aceptación de cualquier clase de trabajo; los dis-gustos, la amargura, el abatimiento. Marius apren-dió a comer todo eso, y supo que a veces era lo único que tenía para comer. En esos momentos de la existencia en que el hombre tiene necesidad de orgullo porque tiene necesidad de amor, sintió que se burlaban de él porque andaba mal vestido, y se sintió ridículo porque era pobre. A la edad en que la juventud inflama el corazón, con imperial altivez, bajó más de una vez los ojos a sus botas agujereadas, y conoció la injusta vergüenza, el punzante pudor de la miseria. Prueba admirable y terrible, de la que los débiles salen infames, de la que los fuertes salen sublimes. La vida, el sufrimiento, la soledad, el abandono, la pobreza, son campos de batalla que tienen sus propios héroes; héroes obscuros, a veces más grandes que los héroes ilustres. Así se crean firmes y excepcionales naturale-zas. La miseria, casi siempre madrastra, es a veces madre. La indigencia da a luz la fortaleza de alma; el desamparo alimenta la dignidad; la desgracia es la mejor leche para los generosos. Hubo una época en la vida de Marius en que barría su miserable cuarto, en que compraba dos cuartos de queso, en que esperaba que cayera la 239

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