—Es verdad, la olvidaba —dijo Marius. El hotelero presentó la cuenta, y hubo que pagarla en seguida. Eran setenta francos. —Me quedan diez francos —dijo Marius. —¡Malo! —dijo Courfeyrac—; gastaréis cinco fran-cos en comer mientras aprendéis inglés, y cinco francos mientras aprendéis alemán. Será como tra-gar una lengua muy de prisa, o gastar cien suel-dos muy lentamente. Mientras tanto, la tía Gillenormand, que era bastante buena en el fondo, había logrado descu-brir la morada de Marius. Una mañana, cuando Marius volvía de la cáte-dra, se encontró con una carta de su tía y las \"sesenta pistolas\", es decir, seiscientos francos en oro dentro una cajita cerrada. Marius devolvió el dinero a su tía con una respetuosa carta en que aseguraba que tenía me—ios para vivir, y que podía cubrir todas sus nece-sidades. En aquel momento le quedaban tres fran-cos. La tía no dijo nada al abuelo, para no enojar-lo. Además, ¿no le había dicho que no le hablara nunca más de ese bebedor de sangre? Marius abandonó el hotel de la Puerta Saint-Jacques, para no contraer más deudas. 238

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