—Y las botas. —¡Qué! ¿No iréis con los pies descalzos? ¡Qué opulencia! —Tendré bastante. —Sé de un relojero que os comprará el reloj. —Bueno. —No, no es bueno. ¿Qué haréis después? —Lo que sea preciso. A lo menos, todo lo que sea honrado. —¿Sabéis inglés? —No. —¿Sabéis alemán? —No. —Una lástima. —¿Por qué? —Porque un librero amigo mío está publicando una especie de enciclopedia, para la cual podríais traducir artículos alemanes o ingleses. Se paga mal, pero se vive. —Aprenderé el inglés y el alemán. —¿Y mientras tanto? —Comeré mi ropa y mi reloj. Llamaron al prendero, y compró la ropa en veinte francos. Fueron a casa del relojero y ven-dieron el reloj en cuarenta y cinco francos. —No está mal —dijo Marius a Courfeyrac al regresar a la hostería— con mis quince francos tengo ochenta. —¿Y la cuenta del hotel? 237
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