—Joven —dijo Laigle—, que os sirva esto de lec-ción: sed más puntual en adelante. —Os pido mil perdones. —No os expongáis a que borren a vuestro prójimo. —Estoy desesperado. Laigle soltó una carcajada. —Y yo, dichoso. Estaba a punto de ser aboga-do y esto me salvó. Renuncio a los triunfos del foro. No defenderé a la viuda ni atacaré al huérfa-no. Nada de toga, nada de estrados. Obtuve que me borraran; y a vos os lo debo, señor Pontmercy. Debo haceros solemnemente una visita de agrade-cimiento. ¿Dónde vivís? —En este cabriolé —dijo Marius. —Señal de opulencia —respondió Laigle con tran-quilidad—. Os felicito. Tenéis una habitación de nueve mil francos por año. En ese momento salió Courfeyrac del café. Marius sonrió tristemente. —Estoy en este hogar desde hace dos horas, y deseo salir de él; pero no sé adónde ir. —Caballero —dijo Courfeyrac—, venid a mi casa. Tengo la prioridad —observó Laigle—, pero no tengo casa. Courfeyrac subió al cabriolé. —Cochero —dijo—, hostería de la Puetta Saint-Jacques. Y esa misma tarde, Marius se instaló en un cuarto de la hostería de la Puerta Saint Jacques al lado de Courfeyrac. III. El asombro de Marius 231

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