Andrés Chenier. Tam-bién era hijo único y de familia rica. Era muy tímido, y sin embargo intrépido. Feuilly era un obrero huérfano de padre y madre que ganaba penosamente tres francos al día y que no tenía más que un pensamiento: libertar al mundo. Courfeyrac era de familia aristocrática. Tenía esa verbosidad de la juventud, que podría llamar-se la belleza del diablo del espíritu. Bahorel estudiaba Leyes; era un talento pene-trante, y más pensador de lo que parecía. Tenía por consigna no ser jamás abogado; cuando pasaba frente a la Escuela de Derecho, lo que sucedía en raras ocasiones, tomaba toda clase de precau-ciones para no ser infectado. Sus padres eran cam-pesinos a quienes había inculcado el respeto por su hijo. Laigle era un muchacho alegre y desgraciado. Su especialidad consistía en que todo le salía mal; pero él se reía de todo. A los veinticinco años ya era calvo. Era pobre, pero tenía un bolsillo inago-table de buen humor. Hacía un lento camino ha-cia la carrera de abogado. Joly era el enfermo imaginario joven. Lo único que había conseguido al estudiar medicina era hacerse más enfermo que médico. A los veintitrés años se pasaba la vida mirándose la lengua al espejo y tomándose el pulso. Por lo demás, era el más alegre de todos. En medio de estos corazones ardientes, de estos espíritus convencidos de un ideal, había un escéptico, Grantaire, que se cuidaba mucho de creer en algo. Era uno de los estudiantes que más habían aprendido en sus cursos: sabía perfecta-mente dónde estaba el mejor café, el mejor billar, las mejores mujeres, el mejor vino. Se reía de todas las grandes palabras como derechos del hom-bre, contrato social, Revolución Francesa, repúbli-ca, etc. Pero sí tenía su propio fanatismo, que no era una idea ni un dogma, sino que era Enjolras. Grantaire lo admiraba, lo veneraba, lo necesitaba precisamente por ser tan opuesto a él. Pero Enjo1ras, como era creyente, despreciaba a este escéptico; y como era sobrio, despreciaba a este borrachín. II. Oración fúnebre por Blondeau Una tarde, Laigle estaba recostado perezosamente en el umbral de la 228

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