Los amigos del ABC eran pocos; componían una sociedad secreta en estado de embrión, casi podríamos decir una camarilla si las camarillas pudiesen producir héroes. Se reunían en París en dos puntos: cerca del Mercado en una taberna llamada Corinto, donde acudían los obreros; y cerca del Panteón, en un pequeño café de la plaza Saint—Michel, llamado Café Musain, donde acudían los estudiantes. Los conciliábulos habituales de los amigos del ABC se celebraban en una sala interior del Café Musain. Esta sala, bastante apartada del café, con el cual se comunicaba por un largo corredor, tenía dos ventanas y una puerta con escalera secreta, que daba a la callejuela de Grés. Allí se fumaba, se bebía, se jugaba y se reía. Se hablaba de todo a gritos, pero de una cosa en voz baja. En la pared estaba clavado un antiguo mapa de Francia en tiempo de la República, indicio suficiente para excitar el olfato de cualquier agente de policía. La mayor parte de los amigos del ABC eran estudiantes, en cordial armonía con algunos obre-ros. Pertenecen en cierta manera a la historia de Francia. *Abaissé signiflca en francés humillado, abatido. Los principales eran: Enjolras, Combeferre, Prouvaire, Feuilly, Courfeyrac, Bahorel, Laigle, Joly, Grantaire. Por la gran amistad que los unía llegaron a formar una especie de familia. Constituyeron un grupo extraordinario, que desapareció en las invi-sibles profundidades del pasado. Enjolras era hijo único y muy rico; su rostro era bello como el de un ángel; a los veintidós años aparentaba tener diecisiete. Parecía no saber que existían las mujeres y los placeres. No había para él más pasión que el derecho; ni más pensa-miento que destruir el obstáculo. Era severo en sus alegrías y bajaba castamente los ojos ante todo lo que no era la República. Al lado de Enjolras que representaba la lógica, Combeferre represen-taba la filosofía de la revolución; revolución, de-cía, pero también civilización. El bien debe ser inocente, repetía sin cesar. Prouvaire tocaba la flauta, cultivaba flores, ha-cía versos, amaba al pueblo, lloraba por los niños, confundía en la misma esperanza el porvenir y Dios, y censuraba a la Revolución por haber cor-tado una cabeza real: la de 227

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=