Oyó los sollozos de Marius. La mujer era una tumba. V. Mármol contra granito Allí era donde había ido Marius la primera vez que se ausentó de París. Allí iba cada vez que el señor Gillenormand decía: \" Pasa la noche fuera\". El teniente Teódulo quedó desconcertado a con-secuencia de este encuentro inesperado con un se-pulcro; experimentaba una sensación desagradable y singular, que no hubiera podido analizar, y que se componía del respeto a una tumba, y del respeto a un coronel. Retrocedió en silencio, dejando a Marius solo en el cementerio. No sabiendo qué escribir a la tía, tomó el partido de no escribirle. Y probablemen-te no hubiera servido de nada el descubrimiento hecho por Teódulo sobre los amores de Marius, si por una de esas coincidencias misteriosas, tan fre-cuentes en los sucesos más casuales, la escena de Vemon no hubiera tenido, por decirlo así, una espe-cie de eco casi inmediato en París. Marius volvió de Vernon tres días después a media mañana; llegó a casa de su abuelo, y, can-sado por las dos noches de insomnio que había pasado en la diligencia, sólo pensó en ir a darse un baño a la escuela de natación para reparar sus fuerzas. Se sacó apresuradamente el abrigo y el cordón negro que llevaba al cuello, y se fue. El señor Gillenormand, que se levantaba de ma-drugada como todos los viejos fuertes y sanos, lo oyó entrar, y se apresuró a subir lo más rápido que le permitieron sus piernas la escalera del cuarto de Marius, con el objeto de saludarlo y de interrogarlo al mismo tiempo, para saber de dónde venía. Pero el joven había empleado menos tiempo en bajar que él en subir, y cuando el abuelo entró en la pieza, ya Marius había salido. La cama estaba hecha, y sobre ella se encon-traban su abrigo y el cordón negro que Marius llevaba al cuello. —Mejor así —murmuró el anciano. 222

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