—¿Es allí donde irá Marius? —Sí, como no sea que haga como yo, y se quede en el camino. Yo bajo en Vernon para tomar el coche de Gaillon. No sé el itinerario de Marius. —Escucha, Teódulo. —Os escucho, tía. —Lo que pasa es que Marius se ausenta a me-nudo, y viaja, y duerme fuera de casa. Quisiéra-mos saber qué hay en esto. Teódulo respondió con la calma de un hom-bre experimentado: —Algún amorío. —Es evidente —dijo la tía, que creyó oír hablar al señor Gillenormand. Después añadió: —Haznos el favor. Sigue un poco a Marius; esto lo será fácil porque él no lo conoce; y si se trata de una mujer, haz lo posible por verla. Nos escribirás contándo-nos la aventura, y se divertirá el abuelo. No le gustaba mucho a Teódulo este espiona-je; pero los diez luises lo habían emocionado y creía que podrían traer otros detrás. Aceptó, pues, la comisión y su tía lo abrazó otra vez. En la noche que siguió a este diálogo, Marius subió a la diligencia sin sospechar que iba vigila-do. En cuanto al vigilante, la primera cosa que hizo fue dormirse con un sueño pesado y largo. Al amanecer el día, el mayoral de la diligencia gritó: —¡Vernon! ¡Relevo de Vernon! ¡Los viajeros de Vernon! Y el teniente Teódulo se despertó. —¡Bueno! —murmuró medio dormido aún— aquí es donde me bajo. Después empezó a despejarse su memoria poco a poco y se acordó de su tía, de los diez luises y de la promesa que había hecho de contar los hechos y dichos de Marius. Esto le hizo reír. —Ya no estará tal vez en el coche —pensó abo-tonándose la casaca del 220
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