—Señora Magloire —dijo el obispo—, poned un cubierto más. El hombre dio unos pasos, y se acercó al velón que estaba sobre la mesa. —Mirad —dijo—, no me habéis comprendido bien: soy un presidiario. Vengo de presidio y sacó del bolsillo una gran hoja de papel amarillo que des-dobló—. Ved mi pasaporte amarillo: esto sirve para que me echen de todas partes. ¿Queréis leerlo? Lo leeré yo; sé leer, aprendí en la cárcel. Hay allí una escuela para los que quieren aprender. Ved lo que han puesto en mi pasaporte: \"Jean Valjean, presi-diario cumplido, natural de...\" esto no hace al caso... \"Ha estado diecinueve años en presidio: cinco por robo con fractura; catorce por haber intentado evadirse cuatro veces. Es hombre muy peligroso.\" Ya lo veis, todo el mundo me tiene miedo. ¿Queréis vos recibirme? ¿Es esta una posa-da? ¿Queréis darme comida y un lugar donde dor-mir? ¿Tenéis un establo? —Señora Magloire —dijo el obispo—, pondréis sábanas limpias en la cama de la alcoba. La señora Magloire salió sin chistar a ejecutar las órdenes que había recibido. El obispo se volvió hacia el hombre y le dijo: —Caballero, sentaos junto al fuego; dentro de un momento cenaremos, y mientras cenáis, se os hará la cama. La expresión del rostro del hombre, hasta en-tonces sombría y dura, se cambió en estupefacción, en duda, en alegría. Comenzó a balbucear como un loco: ¿Es verdad? ¡Cómo! ¿Me recibís? ¿No me echáis? ¿A mí? ¿A un presidiario? ¿Y me llamáis caballero? ¿Y no me tuteáis? ¿Y no me decís: \"¡sal de aquí, perro!\" como acostumbran decirme? Yo creía que tampoco aquí me recibirían; por eso os dije en seguida lo que soy. ¡Oh, gracias a la buena mujer que me envió a esta casa voy a cenar y a dormir en una cama con colchones y sábanas como todo el mundo! ¡Una cama! Hace diecinueve años que no me acuesto en una cama. Sois personas muy buenas. Tengo dinero: pagaré bien. Dispensad, señor posadero: ¿cómo os llamáis? Pagaré todo lo que queráis. Sois un hombre excelente. Sois el posadero, ¿no es verdad? 22
RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=