a mi tía. —Pues aquí tienes por la molestia. Y le puso diez luises en la mano. —Por el placer querréis decir, querida tía. Teódulo la abrazó por segunda vez y ella tuvo el placer de que le rozara un poco el cuello con los cordones del uniforme. —¿Haces el viaje a caballo con lo regimiento? —No, tía. Como quería veros, tengo un permi-so especial. El asistente lleva mi caballo, y yo voy en la diligencia. Y a propósito, tengo que pregun-taros una cosa. ¿Está de viaje también mi primo Marius Pontmercy? Pues al llegar fui a la diligencia a tomar mi asiento en berlina y he visto su nom-bre en la hoja. —¡Ah, el sinvergüenza! —exclamó— ella—. ¡Va a pasar la noche en la diligencia! —Igual que yo, tía. —Pero tú vas por deber, en cambio él va por una aventura. Entonces sucedió una cosa notable: a la seño-rita Gillenormand se le ocurrió una idea. —¿Sabes que lo primo no lo conoce? —preguntó repentinamente a Teódulo. —Sí, lo sé. Yo lo he visto, pero él nunca se ha dignado mirarme. —¿Y vais a viajar juntos? —El en imperial, y yo en berlina. —¿Adónde va esa diligencia? —A Andelys. 219
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