Al mismo tiempo se operaba un extraordinario cambio en sus ideas. Se dio cuenta de que hasta aquel momento no había comprendido ni a su patria ni a su padre. Hasta entonces palabras como república a imperio habían sido monstruosas. La república, una guillotina en el crepúsculo; el im-perio, un sable en la noche. De pronto vio brillar nombres como Mirabeau, Vergniaud, Saint Just, Ro-bespierre, Camille Desmoulins, Danton, y luego vio elevarse un sol, Napoleón. Poco a poco pasó el asombro, se acostumbró a esta nueva luz, y la revolución y el imperio tomaron una muy diferen-te perspectiva ante sus ojos. Estaba lleno de pesares, de remordimientos; pensaba desesperado que no podía decir todo lo que tenía en el alma más que a una tumba. Ma-rius tenía un llanto continuo en el corazón. Al mismo tiempo se hacía más formal, más serio, se afirmaba en su fe, en su pensamiento. A cada instante un rayo de luz de la verdad venía a completar su razón; se verificaba en él un verdadero crecimiento interior. Donde antes veía la caída de la monarquía, veía ahora el porvenir de Francia; había dado una vuelta com-pleta. Todas estas revoluciones se verificaban en él sin que su familia lo sospechara. Cuando en esta misteriosa metamorfosis hubo perdido completamente la antigua piel de borbó-nico y de ultra; cuando se despojó del traje de aristócrata y de realista; cuando fue completamen-te revolucionario, profundamente demócrata y casi republicano, mandó hacer cien tarjetas con esta inscripción: El barón Marius Pontmercy. Pero, como no conocía a nadie a quien darlas, se las guardó en el bolsillo. Como consecuencia natural, a medida que se aproximaba a su padre, a su memoria, a las cosas por las cuales el coronel había luchado veinticin-co años, se alejaba de su abuelo. Ya hemos dicho que hacía tiempo que no le agradaba el carácter del señor Gillenormand. Entre ambos existían to-das las disonancias que puede haber entre un joven serio y un viejo frívolo. Mientras que habían tenido unas mismas opi-niones políticas a ideas comunes, Marius se en-contraba como en un puente con el señor Gille-normand. Cuando se hundió el puente, los separó el abismo. Sentía 217
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