médico se secaba las lágrimas; el cadáver lloraba también. El médico, el sacerdote y la mujer miraban a Marius en medio de su aflicción, sin decir una palabra. Allí era él el extraño; se sentía poco con-movido, y avergonzado de su actitud. Como tenía el sombrero en la mano, lo dejó caer al suelo para hacer creer que el dolor le quitaba fuerzas para sostenerlo. Al mismo tiempo sentía un remordimiento, y se despreciaba por obrar así. Pero, ¿era esto culpa suya? ¡Después de todo, él no amaba a su padre! El coronel no dejaba nada. La venta de sus muebles apenas alcanzó para pagar el entierro. La criada encontró un pedazo de papel que en-tregó a Marius; en él el coronel había escrito lo siguiente: \"Para mi hijo. El emperador me hizo barón en el campo de batalla de Waterloo. Ya que la Res-tauración me niega este título que he comprado con mi sangre, mi hijo lo tomará y lo llevará. Estoy cierto que será digno de él\". A la vuelta de la hoja, el coronel había añadi-do: \"En la batalla de Waterloo un sargento me salvó la vida; se llama Thenardier. Creo que tenía una posada en un pueblo de los alrededores de París, en Chelles o en Montfermeil. Si mi hijo lo encuentra, haga por él todo el bien que pueda\". Marius cogió este papel y lo guardó, no por amor a su padre, sino por ese vago respeto a la muerte que tan imperiosamente vive en el cora-zón del hombre. Nada quedó del coronel. El señor Gillenor-mand hizo vender a un prendero su espada y su uniforme. Los vecinos arrasaron con el jardín para robar las flores más raras; las demás plantas se convirtieron en maleza y murieron. Marius permaneció sólo cuarenta y ocho horas en Vernon. Después del entierro volvió a París, y se entregó de lleno al estudio del Derecho, sin pensar más en su padre como si no hubiera existi-do nunca. III. Cuán útil es ir a misa para hacerse revolucionario Marius había conservado los hábitos religiosos de la infancia. Un domingo que fue a misa a San Sulpicio, a la misma capilla de la Virgen a que lo 214

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