a la casa Gorbeau. La casa número 50—52, habitualmente desierta, y eternamente adornada con el letrero: \"Cuartos disponibles\", estaba habitada ahora por gente que, como sucede siempre en París, no tenían ningún vínculo ni relación entre sí, salvo ser todos indi-gentes. Había una inquilina principal, como se llama-ba a sí misma la señora Burgon, que había reem-plazado a la portera de la época de Jean Valjean, que había muerto. Los más miserables entre los que vivían en la casa eran una familia de cuatro personas, padre, madre y dos hijas, ya bastante grandes; los cuatro vivían en la misma buhardilla. El padre al alquilar el cuarto dijo que se llamaba Jondrette. Algún tiempo después de la mudanza, que se había pa-recido, usando una expresión memorable de la portera, a \"la entrada de la nada\", este Jondrette dijo a la señora Burgon: —Si viene alguien a preguntar por un polaco, o por un italiano, o tal vez por un español, ése soy yo. Esta familia era la familia del alegre pilluelo. Llegaba allí, encontraba la miseria y, lo que es más triste, no veía ni una sonrisa; el frío en el hogar, el frío en los corazones. Cuando entraba le preguntaban: —¿De dónde vienes? Y respondía: —De la calle. Cuando se iba le preguntaban: —¿Adónde vas? Y respondía: —A la calle. Su madre le decía: —¿Entonces, a qué vienes aquí? 205

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