modo que los peces no pueden salir del agua. Respirar el aire de París conserva su alma. El pilluelo parisiense es casi una casta. Pudie-ra decirse que se nace pilluelo, que no cualquiera, sólo por desearlo, es un pilluelo de París. ¿De qué arcilla está hecho? Del primer fango que se encuentre a mano. Un puñado de barro, un soplo, y he aquí a Adán. Sólo basta que Dios pase. Siem-pre ha pasado Dios junto al pilluelo. El pilluelo es una gracia de la nación, y al mismo tiempo una enfermedad; una enfermedad que es preciso curar con la luz. II. Gavroche Unos ocho o nueve años después de los aconteci-mientos referidos en la segunda parte de esta historia, se veía por el boulevard del Temple a un mu-chachito de once a doce años, que hubiera representado a la perfección el ideal del pilluelo que hemos bosquejado más arriba, si, con la sonrisa propia de su edad en los labios, no hubiera tenido el corazón vacío y opaco. Este niño vestía un panta-lón de hombre, pero no era de su padre, y una camisa de mujer, que no era de su madre. Personas caritativas lo habían socorrido con tales harapos. Y, sin embargo, tenía un padre y una madre; pero su padre no se acordaba de él y su madre no lo quería. Era uno de esos niños dignos de lástima entre todos los que tienen padre y madre, y son huérfanos. Este niño no se encontraba en ninguna parte tan bien como en la calle. El empedrado era para él menos duro que el corazón de su madre. Sus padres lo habían arrojado al mundo de un punta-pié. Había empezado por sí mismo a volar. Era un muchacho pálido, listo, despierto, bur-lón, ágil, vivaz. Iba, venía, cantaba, robaba un poco, como los gatos y los pájaros, alegremente; se reía cuando lo llamaban tunante, y se molesta-ba cuando lo llamaban granuja. No tenía casa, ni pan, ni lumbre, ni amor, pero estaba contento porque era libre. Sin embargo, por más abandonado que estu-viera este niño, cada dos o tres meses decía: ¡Voy a ver a mamá! Y entonces bajaba al muelle, cruza-ba los puentes, entraba en el arrabal, pasaba la Salpétrière, y se paraba precisamente en el núme-ro 50—52 que el lector conoce ya, frente 204

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