—Yo —dijo Jean Valjean. Fauchelevent que estaba sentado, se levantó como si hubiese estallado un petardo debajo de la silla. —¡Ah!, os reís; no habláis con seriedad. —Hablo muy en serio. ¿No es necesario salir de aquí? —Sin duda. . —Os he dicho que busquéis también para mí una cesta y una tapa. —¿Y qué? —La cesta será de pino y la tapa un paño negro. Se trata de salir de aquí sin ser visto. ¿Cómo se hace todo? ¿Dónde está ese ataúd? —¿El que está vacío? —Sí. —Allá en lo que se llama la sala de los muer-tos. Está sobre dos caballetes y bajo el paño mor-tuorio. —¿Qué longitud tiene la caja? —Seis pies. —¿Quién clava el ataúd? —Yo. —¿Quién pone el paño encima? —Yo. —¿Vos solo? —Ningún otro hombre, excepto el médico fo-rense, puede entrar en el salón de los muertos. Así está escrito en la pared. 192
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