está el atasco. En cuanto a la niña, es fácil. —¿La llevaréis? —¿Se callará? —Yo respondo. —Pero, ¿y vos, señor Magdalena? Y hay otra cosa que me atormenta. He dicho que llenaré la caja de tierra, y ahora pienso que llevando tie-rra en vez de un cuerpo no se confundirá, sino que se moverá, se correrá; los hombres se da-rán cuenta. Jean Valjean lo miró atentamente, creyendo que deliraba. Fauchelevent continuó: —¿Cómo di... antre vais a salir? ¡Y es preciso que todo quede hecho mañana! Porque mañana os he de presentar; la priora os espera. Entonces explicó a Jean Valjean que esto era una recompensa por un servicio que él, Fauchele-vent, hacía a la comunidad. Y le relató su entre-vista con la priora. Pero no podía traer de fuera al señor Magdalena, si el señor Magdalena no salía. Aquí estaba la primera dificultad, pero después había otra, el ataúd vacío. —¿Qué es eso del ataúd vacío? —preguntó Jean Valjean. Fauchelevent respondió: —El ataúd de la administración. —¿Qué ataúd y qué administración? —Cuando muere una monja viene el médico del Ayuntamiento y dice \"Ha muerto una monja\". El gobierno envía un ataúd, y al día siguiente un carro fúnebre y sepultureros que cogen el ataúd y lo llevan al cementerio. Vendrán los sepultureros y levantarán la caja y no habrá nada dentro. —¡Pues meted cualquier cosa! Un vivo, por ejem-plo. —¿Un vivo? No lo tengo. 191
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