—Pero, reverenda madre, si el inspector de la comisión de salubridad... La priora tomó aliento y, volviéndose a Fau-chelevent, le dijo: —Tío Fauvent, ¿está acordado? —Está acordado, reverenda madre. —¿Puedo contar con vos? —Obedeceré. —Está bien. Cerraréis el ataúd, las hermanas lo llevarán a la capilla, rezarán el oficio de difuntos y después volverán al claustro. A las once y media vendréis con vuestra barra de hierro, y todo se hará en el mayor secreto. En la capilla no habrá nadie más que las cuatro madres cantoras, la ma-dre Ascensión y vos. —¿Reverenda madre? —¿Qué, tío Fauvent? —¿Ha hecho ya su visita habitual el médico de los muertos? —La hará hoy a las cuatro. Se ha dado el toque que manda llamarle. —Reverenda madre, ¿todo está arreglado ya? —No. —¿Pues qué falta? —Falta la caja vacía. Esto produjo una pausa. Fauchelevent medita-ba, la priora meditaba. —Tío Fauvent, ¿qué haremos del ataúd? —Lo enterraremos. —¿Vacío? 189
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