—Ha muerto al romper el día. Ha sido la ma-dre Crucifixión, una bienaventurada. La madre Cru-cifixión en vida hacía muchas conversiones; des-pués de la muerte hará milagros. —¡Los hará! —contestó Fauchelevent. —Tío Fauvent, la comunidad ha sido bendeci-da en la madre Crucifixión. Su muerte ha sido preciosa, hemos visto el paraíso con ella. Fauchelevent creyó que concluía una oración, y dijo: —Amén. —Tío Fauvent, es preciso cumplir la voluntad de los muertos. Por otra parte, ésta es más que una muerta, es una santa. —Como vos, reverenda madre. —Dormía en su ataúd desde hace veinte años, con la autorización expresa de nuestro Santo Pa-dre Pío VII. Tío Fauvent, la madre Crucifixión será sepultada en el ataúd en que ha dormido durante veinte años. —Es justo. —Es una continuación del sueño. —¿La encerraré en ese ataúd? —Sí. —¿Y dejaremos a un lado la caja de las pompas fúnebres? —Precisamente. —Estoy a las órdenes de la reverendísima co-munidad. —Las cuatro madres cantoras os ayudarán. —¿A clavar la caja? No las necesito. —No, a bajarla. —¿Adónde? 187

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